Sir Walter no conocía el marketing, pero no tenía necesidad.
Navegante y hombre de estado inglés, además de favorito de Isabel I, Walter Raleigh (1552 - 1618) exploró las tierras de la América septentrional, entre Florida y Carolina del Norte, encontrándose con una basta y feraz tierra de la que graciosamente toma posesión dándole el profético nombre de Virginia. Como souvenir del viaje trajo el tabaco a Europa en 1584. Según algunos también trajo la patata, pero eso es ya otra historia.

El nuevo producto, aunque todavía no se hubiese inventado la publicidad, tuvo un éxito y una difusión increíblemente superiores al "budget" (entonces no lo llamaban así, pero todos aquéllos campos en Virginia de algo debían poder ser sembrados). En honor a la verdad, en 1559 el español Francisco Hernández Boncalo había introducido ya las semillas en España y Jean Nicot de Villemain, embajador de Francia en Portugal en 1560 envió las semillas, como regalo y exaltando sus virtudes medicinales, a Francisco II y Catalina de Médicis justo a tiempo para ser puesto en evidencia por el monje André Thévet, que no sólo recordó que ya había traído las semillas en el 1556, sino que además él se había tomado la molestia de ir a buscarlas. Pero los franceses darían nombre hasta al cubo de la basura con tal de pasar a la Historia (ver Poubelle) y el botánico J. Dalechambs en la Historia Plantarum (1586) rufianamente da la razón al embajador registrando al tabaco como Herba Nicotiana y que Linneo sancionó finalmente como Nicotiana Tabacum. En Italia la cosa viene afrontada religiosamente: El Cardenal Prospero di Santa Croce, nuncio apostólico en Lisboa en 1561 entrega las preciosas semillas a Roma ganado por los pelos al Obispo Nicolò Tornabuoni, embajador de Florencia en Francia. Con razón os preguntaréis ¿dónde tenía los ojos Cristobal Colón cuando desembarco en las Bahamas, Cuba y Haití en 1492, casi un siglo antes? Objeción recogida. No por casualidad la palabra española "tabaco" etimológicamente hablando, y según los cronistas de las Indias, era el nombre haitiano de la planta, ¿pero cómo es posible que los árabes ya conociesen las virtudes medicinales de algunas plantas llamadas "tabbacq"?

Por suerte, la historia de la pipa es más clara. Nuestro Sir Walter, que para acelerar los plazos de entrega (just in time) inicia el cultivo del tabaco en Irlanda, recordando aquellos aparatos placenteramente metidos en la boca de aquéllos salvajes perdidos en la era precolombina, hace producir en Londres, en 1586, las primeras pipas de terracota. O al menos así parece. Los que siempre llevan la contraria sostienen que estas pipas existían ya en Brosley, Shropshire, en 1575, pero... ¿qué diantres fumaban diez años antes de la primera cosecha? Sir Walter está, de todos modos, lanzado en su carrera. Gobernador de Jersey (1601) tropieza como un socialista cualquiera en un cambio del Consejo de Administración. Jacobo I, que entre otras cosas no fumaba en pipa, lo acusa injustamente de participar en un complot contra el Soberano y lo condena a muerte. Recluido en la Torre de Londres, Sir Walter dobla la apuesta asegurando que esta vez volverá de una expedición a Suramérica (la Guayana) cargado de oro. La expedición resulta un desastre (y pensar que de haber desembarcado en la costa oeste otras hojas muy distintas habría encontrado...) y el Rey, que es un hombre de palabra, lo dejó en las manos del verdugo. 

Pobre Sir Walter, sólo pocos decenios después habría visto el naciemiento de la pipa de porcelana de manos del médico austriaco Johan Franz Vilarius en 1690. Poco más de un lustro más tarde (1750) un zapatero de Budapest, un tal Kovacs, a petición del Conde de Andrassy (retornado recientemente de una tournee por Turquía) labra un par de pipas en un bloque de espuma de mar. Un siglo después, por fin, la pipa de brezo. Obviamente, una época rica en correpondencia, periódicos y daguerrotipos podría documentar feacientemente sus orígenes. Olvidadlo.  Se habla de leyendas; el francés en Córcega que rompe su pipa de espuma y pide a un artesano que la rehaga con madera local. En Saint Claude, una pequeña ciudad del Jura, juran que fabrican pipas de madera desde los tiempos de la Revolución Francesa. Y ¿qué decir de la familia Piotti que ya en 1850 vendía pipas de madera en le mercadillo del Sacro Monte en Varese? En Córcega, Francia e Italia, entre la flora mediterránea crece abundante la Erica Arbórea, espléndida e insustituible materia prima. Sir Walter no conocía el marketing, pero los ingleses sí que conocen  algunas artimañas comerciales.

Presumen de haber sido los primeros en adoptar las normas, los reglamentos (Britsh Standards) para unas necesidades nada despreciables: teniendo la mayor flota mercantil y militar del mundo, para que no hubiese confusión posible habían establecido que a bordo de un navío la única cuerda era la de la campana, y que todas las demas eran drizas, escotas, cabos y demás... cada una con su reglamento que establece diámetro, composición y tolerancia.
¿Qué se necesita para hacerlo con las pipas? ¿Quien dicta las reglas del mercado, quien compra o quien vende? Pero si somos nosotros los ingleses los que hacemos ambas cosas... Dicho y hecho, se eligen los mejores modelos, en terracota, cerámica y espuma y se reproducen con alguna variante, clasificándoles, en brezo.

Si el prólogo os parece largo, ¿os parece poco más de un siglo de denominaciones ya establecidas?



 
 
 

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