El nuevo producto, aunque todavía no se hubiese
inventado la publicidad, tuvo un éxito y una difusión increíblemente
superiores al "budget" (entonces no lo llamaban así, pero todos
aquéllos campos en Virginia de algo debían poder ser sembrados).
En honor a la verdad, en 1559 el español Francisco Hernández
Boncalo había introducido ya las semillas en España y Jean
Nicot de Villemain, embajador de Francia en Portugal en 1560 envió
las semillas, como regalo y exaltando sus virtudes medicinales, a Francisco
II y Catalina de Médicis justo a tiempo para ser puesto en evidencia
por el monje André Thévet, que no sólo recordó
que ya había traído las semillas en el 1556, sino que además
él se había tomado la molestia de ir a buscarlas. Pero los
franceses darían nombre hasta al cubo de la basura con tal de pasar
a la Historia (ver Poubelle) y el botánico J. Dalechambs en la Historia
Plantarum (1586) rufianamente da la razón al embajador registrando
al tabaco como Herba Nicotiana y que Linneo sancionó finalmente
como Nicotiana Tabacum. En Italia la cosa viene afrontada religiosamente:
El Cardenal Prospero di Santa Croce, nuncio apostólico en Lisboa
en 1561 entrega las preciosas semillas a Roma ganado por los pelos al Obispo
Nicolò Tornabuoni, embajador de Florencia en Francia. Con razón
os preguntaréis ¿dónde tenía los ojos Cristobal
Colón cuando desembarco en las Bahamas, Cuba y Haití en 1492,
casi un siglo antes? Objeción recogida. No por casualidad la palabra
española "tabaco" etimológicamente hablando, y según
los cronistas de las Indias, era el nombre haitiano de la planta, ¿pero
cómo es posible que los árabes ya conociesen las virtudes
medicinales de algunas plantas llamadas "tabbacq"?
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